Uno de los hechos históricos que más han influido en el desarrollo de Madrid es su conversión en capital de España.
Sin duda, la presencia de las instituciones ha centrado multitud de miradas en la ciudad y la han hecho crecer por encima de lo que sería normal. Por eso interesa tanto conocer los motivos por los que Felipe II instaló su Corte en la villa.
Vaya por delante que no sabemos a ciencia cierta cuál es el verdadero motivo, si es que hubo uno sólo. Los historiadores barajan diversas motivaciones posibles. Y es probablemente la conjunción de ellas lo que explica por qué hoy Madrid es capital de España.
Felipe II en Madrid
La fecha clave es 1561. En este año Felipe II envió una carta desde Toledo, donde estaba reunida la Corte, al concejo madrileño. En esta misiva le informaba de su próxima visita y del adelanto de los aposentadores reales para preparar la recepción.
No estaba claro si se trataba de un traslado provisional, de los muchos que se producían en aquel siglo, o de una estancia definitiva. Quizá ni el propio Felipe II lo sabía.
De hecho, cualquiera habría pensado que no tardaría en producirse un nuevo traslado. Madrid era entonces una ciudad pequeña. Figuraba ya en las grandes rutas peninsulares, pero sus veinte mil almas quedaban lejos de, por ejemplo, Toledo, que la doblaba en número.
Valladolid también era una ciudad más voluminosa entonces. Pero el padre de Felipe, Carlos I (el emperador Carlos V), se aficionó a sus estancias en Madrid, en parte gracias a la hospitalidad de sus nobles, que lo alojaban en sus mansiones.
Un coto de caza
La importancia de Madrid fue creciendo y el emperador quiso ampliar el alcázar para convertirlo en uno de los mejores palacios de su reino. En 1528 Felipe juró como príncipe de Asturias en la iglesia de los Jerónimos. Desde entonces, padre e hijo se fueron aficionando a la pequeña villa del centro peninsular.
Aquí encontraron un buen escenario para una de las grandes aficiones regias: la caza. Tanto la Casa de Campo como el Monte del Pardo estaban repletos de corzos, gamos, jabalíes y otras presas.
Una vez en el trono, Felipe II compró terrenos próximos al alcázar, donde hoy tenemos la plaza de Oriente. También adquirió el espacio conocido actualmente como Campo del Moro, que se convirtió en los jardines de palacio. Y al otro lado del río se hizo con la Casa de Campo, comprada a la familia Vargas.
Todo esto sucedió antes de la famosa carta de 1561. De ahí que muchos opinen que la idea de un traslado a Madrid, definitivo o no, rondó la cabeza del monarca mucho antes de producirse.
La centralidad de Madrid
Antes de 1561 lo normal era que el rey y su corte cambiaran de residencia varias veces al año. Y ninguna de esas residencias llegaba a considerarse oficial ni definitiva. Pero estos cambios suponían un trastorno logístico considerable y ya se imponía estabilizar la sede.
Valladolid y Toledo eran las ciudades más probables para establecerse. Por su tamaño, por las instituciones en ellas instaladas y por la importancia de sus palacios. Pero en Valladolid se habían creado demasiados intereses políticos y económicos. Y Toledo estaba demasiado controlada por el clero y además era incómoda para los cortesanos y para la reina por su clima, sus lodos y sus pendientes empedradas.
Otro indicio de la preferencia que sentía Felipe II por la villa era la proximidad con El Escorial. El impresionante monasterio todavía no se había construido, pero ya existía el proyecto de hacerlo en el lugar que finalmente ocupó.
El hecho de que Madrid estuviera en un punto tan céntrico de la península pudo también pesar en la balanza. Si los continuos desplazamientos de la corte ayudaban al rey a controlar sus dominios, una permanencia central podría servir en el mismo sentido.
Una ciudad por hacer
Algunos historiadores apuntan un motivo fundamental para las preferencias del rey. Y es que Madrid era una ciudad aun pequeña, digamos que todavía por hacer. Estaba ajena a simpatías o antipatías históricas.
Aquí el clero apenas tenía voz de mando y los nobles eran receptivos a la llegada de la Corte. Así, Felipe II podría adaptarla a las necesidades de la monarquía dominadora del mundo, más que si ya estuviera muy consolidada.
Otro motivo más, que tiene poca base, es el de la salud. Se llegó a decir que los aires de Madrid eran más saludables que los de otras ciudades. ¿Basándose en qué? Probablemente en nada, porque años más tarde, en 1601, se utilizó el argumento contrario en el traslado de la Corte a Valladolid.
Este último traslado a la ciudad del Pisuerga se realizó, pero fue temporal y obedeció a otras motivaciones que tenían que ver con la ambición de poder del valido del rey, ya Felipe III. En cinco años la Corte regresó a la villa de Manzanares para no salir más.
Capital de España
Lo que buscaba Felipe II en 1561 era un lugar adecuado para establecer la Corte. Quizá no pensaba en tanto como una capitalidad. Pero el hecho de ser sede permanente de la monarquía ha ido asentando esta idea en la conciencia nacional. Y ha provocado un desarrollo urbano gigantesco.
Ninguna ley estableció esta capitalidad hasta que en 1931 se recogió en la Constitución de la Segunda República. “La capitalidad de la República se fija en Madrid”, decía su artículo 5. Esta norma derivó en algunas acciones que hacían especial a Madrid, como asignaciones económicas o planes urbanísticos.
Más tarde, la Constitución de 1978 vuelve a señalar a la ciudad del Manzanares. “La capital del Estado es la villa de Madrid”, dice también en su artículo 5. Más tarde, en 2006, se aprobó la Ley de Capitalidad y de Régimen Especial de Madrid.
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